He vuelto a escribir, y como veis, han pasado poco más de quince días desde la última vez que lo hice. A ver si consigo seguir así. Y el formato, como os comenté, será separando las recetas de las historietas. Espero que a nadie le moleste esta novedad.
EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE ESTE CÓLERA
Me lo dijo mi amiga A. hace unos meses y hablando de libros. “Rubiña, tú te enamoras de cualquiera que “te escriba” bien.
A, es mi amiga desde los tiempos del cólera. O casi.
Lo es, desde que en aquel COU del siglo pasado, el mejor profesor que he tenido nunca (de literatura y jesuita) nos enseñase a enamorarnos, entre otros, de García Márquez, de Rulfo, de Cortazar, o de Onetti, mientras le descubría a nuestras mentes y almas aún adolescentes, la existencia de un realismo que, paradójicamente, podía ser mágico.
Después, con el tiempo, ya me fui enamorando yo por mi cuenta: Delibes, Bryce Echenique, Kundera, Marías, Saramago, McEwan, Abad Faciolince, Rivas, Carrère, Mairal. Y también, en versión columnista: Pérez Reverte, Gistau, Jabois y Tallón, o Peláez y Nieto Jurado entre los más recientes. Y hay bastantes más escritores de los que me fui enamorando en distintos momentos de mi vida y que ahora, ni recuerdo. Así de ingrato puede ser el corazón. El corazón lector, también.
Y no, no es que con lo que voy a contar quiera despertar las iras “hídricas” de la actual “Menestra de Igual Da”, pero, y es bien cierto, las mujeres que escriben no me enamoran. Cuidado, no es que no me emocionen las escritoras, que lo hacen incluso más que los escritores, es que, simplemente, y en lo que a literatura respecta, también debo ser heterosexual. Mucho.
Y hasta aquí esta explicatio non petita, que, efectivamente, manifesta, como siempre, una accusatio, que no es otra que esta: Me he enamorado de un blog y no es la primera vez que me pasa.
Aún a estas alturas de mi vida me sigue resultando imposible no enamorarme de quien, con nada más que sus palabras, consigue tocarme el alma. Y hasta aquí ningún problema, puedo enamorarme de escritores vivos, de muertos, de clásicos, o de modernos. El problema, o la suerte según se mire, está en que alguien con su letras me conmueva y después salga de su limbo celestial para dirigirse a mí.
La primera vez, me pasó hace algunos años, pero esa es otra historia que merecía, otra entrada en este blog, y, quizá, hasta otra salida. Pero hoy me acuso, de que hace unos meses y después de unos cuantos años, volví a enamorarme de un blog.
De un blog lleno de historias personales tan comunes como cotidianas. De historias sin pretensiones. De historias de una vida normal convertidas en cachitos de poesía. Un blog que me pareció maravillosamente sentido y en ese mismo sentido, maravillosamente escrito. Me enamoré de un blog. De un blog anónimo. Además.
Y me pareció divertido jugar a imaginar a su autor. Por sus gustos literarios, por su afición a un tipo de cine, por su gusto por ciertos iconos de cierta edad, por su forma de escribir, por la experiencia de vida que vi asomar entre su líneas, lo imaginé mayor. Vamos, mayor como yo, o incluso más. Más mayor.
Y un día, siguiendo la romántica costumbre de dejar mis comentarios hilvanados en cada blog que me enamora, un día, digo, y sin darme cuenta, comencé una historia de amor. De amor en los tiempos de este cólera. Tiempos, eso sí, en los que conviene recordar la diferencia entre amor virtual y real, aunque a veces dude de si esta diferencia es mucha, de si existe, o de si siquiera es cierta.
Y un día y por una foto mía de un plato de lentejas, esas que han sido desde antiguo medida de traición, por unas lentejas, repito, ese ensoñado y misterioso autor, un buen día, de una buena mañana en la que debió sentir hambre, salió de su limbo celestial y, cual Virgen de Lourdes, se me apareció en mi Instagram.
Y empezamos a hablar, y hablar, y a reír, a reírnos mucho, a disputar partidas de un pingpong tan rápido como divertido y ocurrente y, al menos en mi caso, comencé a imaginarme a ¨mi amor” de los tiempos de este cólera. Y todo, sin que mi imaginado y ya casi amado (que no amante) pretendiente virtual, dejase su anonimato. Jugaba él con ventaja, lo sabía y lo reconocía, mientras yo envidiaba ese anonimato tan ventajoso cuando uno se dispone a escribir mucho y, en su caso también bien, sobre su propia vida.
Y seguí leyendo su blog, y leyéndolo a él en él, con las mismas ganas con las que, como sucede en contadísimas ocasiones, en la tercera página de un libro, sabemos que no queremos que se termine nunca. Será porque en los tiempos de este cólera, la felicidad, aún siendo temporal, o incluso engañosa, es más necesaria que nunca y mejor recibida que siempre.
Y quizá porque ese blog expresaba emociones y sentimientos con los que yo me sentía identificada, o quizá porque escribía como me gustaría escribir y sentir a mí, o quizá porque me reconocía en sus palabras, quizá por todo eso, en cierta manera, seguí enamorándome de ese misterioso y anónimo blog, mientras intercambiábamos relatos escritos en tiempos pasados y coincidíamos hasta escuchando en bucle, al igual que media España, también es cierto, el disco de C. Tangana: El madrileño.
Y siguieron nuestras conversaciones epistolares hasta que un día llegaron ellas: llegaron, ¡las notas de voz!, Importante avance este, en lo que cualquier persona sensata, consideraría una más que prometedora, sólida y ya afianzada relación.
Y me encantó. También me encantó su voz.
Y como en el mejor guión de cine negro (que rosa no fue el color) las noches de soledad en los tiempos de este cólera se hicieron divertidas, muy divertidas y el sentido del humor pasó de ser tan particular como el patio de nuestras casas, a ser particularmente nuestro. Y en muy pocos días, sin sus 500 noches, eso sí, me confesó su edad y me envió una foto. Foto que nunca sabré si era propia, o de algún desconocido actor.
Y su edad, para una señora mayor como yo, además de parecerme increíble, se me antojó una diferencia casi insalvable. Bueno, o complicada, y sólo durante un tiempo, porque su gustos y sus historias no eran propias de la edad que decía, y, sin embargo, debía tener. Y empezamos a hablar de la edad y de sus diferencias, que acabaron siendo motivo de más ocurrencias, y de más risas y de conversaciones personales y algunas veces, las menos, hasta casi serias.
Y no recuerdo el motivo, pero aposté algo con él (también por él) y perdí la apuesta. Y, dicho sea de paso, la perdí en todos los sentidos. Así que me tocó invitarle a comer a mí en mitad de nuestros caminos, que no sé si serían tan santos como el de Santiago, pero que también confluirían en Compostela.
Y mientras los restaurantes aún estaban cerrados, elegía yo ya mesa en esa ciudad, y entre tanto, se ve que en una noche loca, decidimos dar el importante paso de certificar nuestro incipiente compromiso, con una videoconferencia.
Y, como en la facultad y cual efervescente adolescente, mientras pensaba en que ponerme para mi virtual encuentro con mi auténtica, supuesta y bastante joven alma gemela, me encontré como Serrat: “ sin saber que pasa y chupando un palo sentada, sobre una calabaza”. Calabaza que en este caso concreto fue más cítrica que cucurbitácea. De cantidad, media. Media naranja. La cara de tonta se me quedó igual.
Y como a los que hicimos COU, por edad, no nos pueden hacer “ghosting”, a mí por mis años, se ve que me tocó que me hicieran “luz de gas”.
Y cuando a una la enamora un blog de alguien que siente y escribe tan bien, y que baja del cielo voluntariamente a unir y divertir soledades, es, a todas luces innecesario realizar ningún tipo de inexplicable desaparición, esa misma una, le montó al otro uno, una riña virtual de no enamorados no reales. Pero una señora riña, tan señora, como ella.
Después, la misma una de antes, pidió disculpas por su inapropiado ataque de realizar la virtualidad. El otro uno, se disculpó por desvirtulizar la realidad, que era exactamente lo contrario. Y ya estuvieron (estuvimos) en paz
Y en esas estábamos, cuando yo, que siempre he obedecido a las señales sobre todo cuando no son de tráfico, me encontré un buen día por la mañana sorprendidísima con una inesperada propuesta de trabajo que, en un instante, salvaba todos los abismos virtuales, los reales, los cierres perimetrales, y me enviaba directamente a sus brazos. Vamos, lo que viene siendo un envío a trabajar a su ciudad.
Y por el camino, en los días intermedios, sin apenas reconocerlo, seguimos leyéndonos. Decidí no decirle previamente que, por una señal del cielo (o de sus antípodas) si él lo siguiese queriendo, podríamos conocernos.
Y como me daba pena perderme sus ocurrencias y hasta las mías por él provocadas, esforzándome mucho, intenté hacer de nuevo comentarios inteligentes y ocurrentes a sus publicaciones, así, como si no pasara nada. Él contestaba correcto, se reía, porque gracia quiero pensar que una seguía teniendo, pero no daba pie ya a nada de lo que antes provocaba.
Y empecé a pensar que, adivinando el motivo, mis comentarios le molestaban, Y dejé de hacerlos.
Y lo que sucedió después, pudo ser un atropello y un atropello en el sentido más literal del término. Sólo hacía falta un paso de cebra, un día lluvioso (allí muy frecuentes) y una conductora despistada pensando en que, aún sin estar segura de reconocerlo, podría cruzármelo en cualquier calle de su ciudad y en cualquier momento.
Y frené, menos mal, y con el parachoques le di un toquecito de nada a un tipo con capucha y paraguas pero con una hechura, pelo y años, muy parecidos a los de aquel de aquella foto enviada. Cuando me bajé del coche, tan rápida como asustada y vomitando todo tipo de perdones y disculpas, él ya se escapaba. De lejos, me pareció entenderle: “no pasó nada, no pasó nada. Estamos en paz”.
Y mientras el conductor de detrás pitaba para que volviese a mi coche y yo hacía lo propio para volver a mi ser, me agarré el volante, sacudí la cabeza, arranqué rápidamente y me sorprendí a mí misma sonriendo en el retrovisor, mientras en mi Spotify Calamaro y Tangana me cantaban: “…Historias que jamás pueden contarse, batallas que no pueden repetirse. Victoria para el que supo quedarse, ¿de qué cojones sirve arrepentirse?…”
Y es que una siempre ha sido muy de amores eternos. Aunque duren sólo una noche.
20 comentarios
Querida Carmen , no se ,si tu amor de los tiempos de cólera, disfrutara tanto como yo , de la lectura de tus historias .
Francamente delicioso , me encanto , me trasporto e incluso me traslado .
Nunca se sabe ………….la vida ya sabes que es un pañuelo .
BESIÑOS Y MIS MEJORES DESEOS DE QUE PASE EL COLERA Y TENGA UN FINAL FELIZ DE COLOR DE ROSA
Querida Elia: estos tiempos de este cólera nos están afectando ya, y mucho, a todo. Deberíamos ser mas condescendientes con todos y con nosotros mismos. Yo, mientas, intento escaparme de éste cólera empleando mi tiempo en soñar otras vidas. Y si a los demás os divierte, yo, feliz. Feliz en los tiempos de este cólera, pero féliz.
He disfrutado con esta historieta como no te puedes imaginar, te felicito por volver a tomar pluma en ristre y contar vivencias presentes,pasadas y futuras que a mi personalmente me transportan a momentos en los que como poco,me hicieron sentir viva.Gracias por sacarme una enorme sonrisa.
Querida Berta:
Si yo he conseguido sacarte una sonrisa en los tiempos de este cólera, tú has conseguido hacerme feliz. Feliz en estos tiempos de cólera, pero feliz. Gracias por comentar
Preciosa historia maravillosamente contada! No dejes de escribir…. Yo me plantearía incluso publicar algo!!! Lo haces tan bien!!! Me ha emocionado. Muchas gracias por el ratito tan estupendo y emotivo que me has hecho pasar
Querida prima:
Si consigo emocionaren estos tiempos del cólera, doy por bien empleado el tiempo y la pereza que, a me veces, me da escribir. Vamos a seguir inventando historias que, cuento, se ve que siempre he tenido mucho. Gracias por estar ahí…
Me ha encantado.Bien redactado y tremendamente literario. Se agradecer leer algo interesante y entretenido….en esta época de mediocridad y analfabetismo absoluto.
Estaré esperando la próxima……..Chica, se te da como hongos¡¡. Enhorabuena (lo digo en serio, si no me callaría)
Hola Tere:
¡Vaya piropazos! Porque sigo a mucha gente que admiro y escribe mil veces mejor que yo, que si no… Gracias por estar siempre ahí-
Carmen, qué gusto poder leer historias tan bien escritas, con la de asnalfabetos que nos rodean a diario.
Eres una mujer de renacimiento, tan versátil y haciéndolo todo bien! no sé si odiarte un poco …
Gracias por darnos ratos tan estupendos en estos tiempos ,como tú bien dices, del cólera.
Seamos más condescendientes con nosotros mismos y con los demás y soñemos con lo que sea para sobrellevar mejor estos tiempos de este cólera. Gracias por tu comentario.
Un final ideal para que puedas contarlo, de otro modo nos perderíamos esta historia tan bien contada! Gracias.
Al principio me intrigó el blog del anónimo… pero…. después de unos párrafos de esta lectura, dejó de interesarme. Por ello, también, gracias!
Me ha encantado leerte!
Hola Chiruca:
Gracias por comentar, antes de nada. Bueno, puede ser una historieta real, inventada, o mitad y mitad…Ni bajo tortura de mil jemeres rojos, confesaría la verdad.
En breve más…
Buenas noches Carmen.
Ya te comenté con tu otro escrito que tienes maneras y madera. Tan buenas como tus artes culinarias.
No lo dejes a un lado. Sigue escribiendo. Yo te leeré encantada, tanto si es en blog como si es en libro.
Hola Pura:
Lo del libro, ya sería mucho soñar…
Gracias por leerme y por comentar. Eso ya cubre mis aspiraciones de contadora de cuentos. ¡De verdad!.
Dentro de poco, más…
Carmen me encanto tu historia, reconozco que me la leí en horas de trabajo, pero era tan interesante que no podía dejar de leer. Me alegro que aparte de recibir tus buenas recetas, también tengamos un momento de lectura tan agradable.
Espero la próxima.
Hola Ángeles.
Pues espero que tú seas tu propia jefa, o si tienes otro, espero que no nos lea. Bromas aparte, gracias por tu comentario y por tus piropos. Ya tengo otra preparada…
[…] un tipo que escriba y que sepa escribir. Ya os lo conté aquí; yo me enamoro de cualquiera que “me escriba bien”. Quiero un tipo que lea, que lea mucho y que lea bien. Quiero un tipo que sepa leer. Y si por […]
[…] Me enamoraron las letras calcetadas por un desconocido, que en un momento especialmente frío del año y de la vida, me parecieron una amorosa manta tejida para mí. Aquella historia terminó, precisamente, el día de San Valentín, y yo, que soy muy de obedecer las señales (sobre todo si no son de tráfico) con un poco más de cuento, os lo conté versionado y pasado un prudencial tiempo, aquí. […]
Magnifico relato Carmen. Tienes una forma de contar historias maravillosa. Transmite realismo y emociones. Deberías publicarlo! Hay cada escritor por ahi…que no te llega a la suela del zapato….un fuerte abrazo y sigue haciendo magia????????
Mil gracias, Teresa…Tú que me lees con buenos ojos…Gracias por comentar y por hacerlo aquí.