I PARTE: ENERO – JUNIO 2021
Todos los primeros días de cada año me da por hacer repasos. Debe ser el momento,y debe ser humano, porque a casi todos los de esta condición nos da por hacerlo. Y como siempre, y en mi caso con retraso, me puse a ello.
El año prometía, prometía que no podía ser peor que su cronológico e inmediato predecesor. Y el año se equivocaba. Mejor dicho, la que se equivocaba y para no variar, era yo. Y me salió un año complicado, y completo, y repleto. Ha sido el peor año de mi vida y también, paradójicamente, ha sido el menos malo.
Tras los sinsabores y penas del 2020 me propuse aprovechar más la vida y exprimirla como nunca, consciente de que ya juego, casi, en tiempo de descuento. Me propuse (aun siendo de letras puras) sumar todas las pequeñas cosas buenas que a cuentagotas me regalase cada día la vida. Y también me propuse restar las malas. Y ser feliz. Y serlo especialmente. Y lo hice con todas mis fuerzas. Y aunque no sirviese de mucho, le puse voluntad. Bastante. Y de la mía.
El año, por primera vez en mi vida, empezó sin la persona que más quiero. Confinada como tantos otros hijos de tantas otras madres, en un país que cada vez se me hacía más lejano. Y pequé, como siempre, de optimista, pensando que lo peor ya había pasado. Y me equivoqué, cosa rara, una vez más.
Y confié, no sé si en los hados o en qué. Y aproveché que Feijoó en enero cerró para mí los bares, y me puse a dieta. Y adelgacé. Y poco a poco fui perdiendo todo aquel acumulado que desde el primer confinamiento del año anterior, en mí, y sin ningún freno ni refreno posible, no había cesado de crecer. Que no me diese una depresión (hay que reconocerlo) fue mérito de incumplir la normativa, tan estúpida como vigente, que a los “singles” no nos permitía relacionarnos (o casi). Infringidoras, creo recordar que se llamaba la salvadora terapia y el mismo nombre llevaba su correspondiente grupo de whatsapp.
Y aunque me cueste reconocerlo, y casi recordarlo, empecé yo el año pasado con ganas de volverme a enamorar. Y a la primera, sin darme cuenta y sin anestesia, casi lo consigo. Fue un «casienamoramiento» pero de amor en tiempos del cólera, o, lo que es lo mismo, en tiempos de aislamiento. Y fue tan particular, como virtual y como extraño, siendo, como soy yo, acérrima partidaria de Santo Tomás y negacionista del inminente metaverso.
Me enamoraron las letras calcetadas por un desconocido, que en un momento especialmente frío del año y de la vida, me arroparon como una amorosa manta tejida especialmente para mí. Aquella historia terminó, precisamente, el día de San Valentín, y yo, que soy muy de obedecer las señales (sobre todo si no son de tráfico) con un poco más de cuento, os lo conté versionado y pasado un prudencial tiempo, aquí.
En febrero, cambió de verdad y por segunda vez mi vida. Yo, que respecto a la infancia, me he sentido siempre mucho más cerca de Herodes que de cualquier simpatizante del Opus (Dei), me convertí, sin saber bien cómo (y como me suele pasar todo a mí ) en progenitora de familia numerosa. Comenzó mi madre, uno de aquellos tristes días, llamándome madre a mí.
Casi al tiempo, y en un tiempo tan frío, como perimetrado, cerrado y gris, aparecí una madrugada en el Hospital universitario de León. Para mi hermano, tuve que convertirme en la madre qué, aún teniendo, no tenía, y para mi sobrino, diagnosticado de leucemia aguda en su último curso de carrera, en lo más parecido a un sucedáneo de la madre maravillosa que hasta hacía tres años había tenido.
A veces, la vida, se empeña en que aprendamos más, aun cuando nosotros pensemos que ya llevamos mucho y de sobra aprendido. A veces, la vida se empeña en que peleemos. Y si toca pelear, se pelea. Y se pelea a muerte, más que nada, porque nos va en ello la vida.
Mi sobrino me regaló toda una lección de serenidad y valentía. Otra, de humanidad, profesionalidad y cariño, la recibí de muchos que aún eran desconocidos para mí.
Cada día, en aquel Hospital de León, al embucharme en mi uniforme azul, cuando cruzaba las aislantes puertas que nos separaban de mundanales ruidos y contagios, en mí sonaba aquella canción ochentera de La Mode: “Tú, eres mi enfermera de noche”. Y cada día, cantándola, traspasaba el umbral del “área de tratamiento hematopoyético”, pensando que, comiéndome la Y griega del cartel que así rezaba, esa área se transformaba en hemato-poética y así, ya me gustaba mucho más. Ahora sé que haber aprendido a hablar en Cádiz es lo que me permite intentar hacer, de la vida, chirigotas. Igual la genética de mi abuela gallega, también cuenta.
Aprendí de aquellos días solitarios, tristes, lluviosos, y gélidos, cómo la belleza histórica y humana de una ciudad podía atemperar el alma y convertir a León, en pleno febrero, en la ciudad más cálida y acogedora del mundo. Miré y admiré embobada su catedral y en ella comprendí que la belleza era ajena a la tristeza y que también lo era a la alegría. Era, simplemente: belleza. Y en la Plaza del Grano, leyendo al sol cuando podía, descubrí a Landero. Landero me recordó a Delibes y aquel soleado descubrimiento literario, iluminó cálidamente otras esperas.
Y gracias a que en aquel área de aislamiento “hematopoético” no podía introducir papel ni libros, redescubrí un Twitter que, desde febrero, no deja de sorprenderme y regalarme, personas, periodistas y pensadores fascinantes.
Y también volví a escribir En aquellas tristes noches de insomnio recurrí a mi luminosa infancia y reviví y compartí con vosotros historietas tan inocentes y soleadas, como esta historia de infancia gaditana.
En Marzo, mientras mi madre perdía en Vigo las pocas facultades que le quedaban para mantener una vida semi digna, yo no perdía la esperanza. Mi sobrino, mejoraba todo lo posible y entre idas y venidas a León por carreteras perimetradas y solitarias, conseguí algo inusitado en mí: aprenderme de memoria todo el último disco de C. Tangana y hacer un acopio inverosímil de multas de la DGT. Y fue en ese mes y tras tanta tensión acumulada (que como justificación no puede ser más socorrida) me pillé la borrachera más adolescente de mi vida. Fue toda una experiencia volver a los diecisiete años, pero con cuarenta de retraso. Tenía que confesarlo. También entenderéis que los detalles más jugosos y vergonzosos de aquel inenarrable día, no los airee aquí.
Con Abril llegó la vuelta definitiva a casa, con un pronóstico optimista para lo que más nos preocupaba, y con la inevitable obligación de asumir la responsabilidad y la carga de tomar la decisión que quizá más me costó en la vida: arrancar a mi madre de su propia casa. También, animada por la bonanza de todo lo que iba sucediendo, y para compensar todo lo sucedido, decidí que era el momento de volverme a enamorar. Por supuesto, abandonando ya el formato virtual y volviendo a la arena. Y no a la de la playa, sino, y nunca mejor dicho, a la arena del circo.
Y vistas y reconocidas las ganas, me monté yo un auto Tinder para rubias con este post y mis condiciones para el enamoramiento que, a priori, me pareció estupendo. Los resultados, ¡qué casualidad!, tampoco fueron los por mí esperados: un único candidato que, tras contactar conmigo con mucho entusiasmo, se dio a la fuga y ni la Interpol ha conseguido encontrarlo.
Después, hasta el clima nos fue propicio y todo y sobre todo lo importante, fue yendo y yendo a mejor.
En Mayo celebré el día de la madre, sin madre, sin hija y sin «espríritu santa», que con esto del lenguaje y los modos inclusivos, no sé muy bien como incluir esto aquí, la verdad. También celebré el día de la madre escribiéndole a la persona que más me ha querido y más me va a querer en el mundo. Y el último día de ese mes, decidí hacer las paces con la única persona, también de ese mismo mundo, el mío, con la que no me encontraba en ese estado de gracia y avenencia. Y sabiendo que él nunca me lee ni me leerá en su vida, le escribí. Al final, sin quererlo, quiso ser aquello una carta de paz y de amor. El plus en el salón, ya no lo tengo. Lo tiene él.
De junio tengo que decir que fue el mes que me puso delgada del todo y morena. Sólo eso, ya me pareció que me favorecía bastante.
SPOILER (en cristiano, DESTRIPAMIENTO):
Los otros seis meses del año, ya os digo yo que dieron para mucha más diversión y alegría. Como tengo bastante cuento, me propusieron intentar escribir un ídem, en versión novelera, o novelesca. Para ello, que no para otros menesteres, metódica, profusa y profundamente investigué en diferentes aplicaciones de ligoteo al uso. Y, ya puestos, os adelanto que me enamoré, y mucho.
Y todo eso que aquí anuncio, versionado, y si hay suerte, os lo cuento antes de que acabe este mes.
Continuará…
31 comentarios
Qué bonito, Carmen, me ha encantado todo, con qué delicadeza explicas esos momentos tan duros que te ha traido este año, me han encantado tus amores y tus desamores, las alegrías y las tristezas… y estoy impaciente por leer la continuación!
Pues sí, Mariona, ¡vaya año!. También me enseñó mucho. Es lo bueno que tiene siempre la vida. Enseñar, enseña, el precio de la enseñanza, ya es otra cosa. Gracias por comentar y por hacerlo aquí.
Magnifica prosa Carmencita; preñada de sensaciones, picardía, pasión y vitalidad. El amor; hay el amor; cuantos gustos y disgustos, cuantas incertidumbres e impaciencias. Pero siempre se añora la sensación de haberlo sentido en plenitud . A sangre y fuego como decimos coloquialmente. Un gran abrazo.
A sangre y fuego quiero sentir y vivir yo. Haciendo zumo de la vida, consciente de que esta es un regalo y que la juego en tiempo de descuento. O casi.
Y quiero vivir sin el maldito escepticismo que nos va regalando la edad.
Gracias por comentar aquí. Paco. Nos vemos pronto y brindaremos, Como Redford y Streep, en Memorias de África: «por la cándida adolescencia»
La vida misma, Carmen, pero contada en tu versión excelente!! Qué delicadeza y buena narración!! Desde ahora mismo, seré tu fan!! Deseando seguir leyéndote y ver cómo va ese amorío????????????
Un abrazo enorme ????????
Pues sí, Clara: la misma vida. El amorío…pues, ya verás, ya.Gracias por comentar squí.
Pero que linda y que grande eres.
Hola, María:
Tú eres de casa. Mil gracias por comentar y por hacerlo aquí, además…
No me puedes gustar más, Carmen!. Y no, no soy tu abuela, jajaja.
Llevo un año leyéndote y creo, mejor dicho, afirmó, que escribes francamente bien. Eres igual de capaz de provocar una sonrisa, y otras muchas carcajadas, a hacer que rueden lágrimas saladas por mi cara. Y de verdad que eso no es fácil.
Me alegro de que hayas descubierto a mi paisano Landero y su capacidad para calentar el alma, transportándote a sabores, olores y colores de la infancia. También me recuerda a Delibes, cada uno con su estilo, claro.
Espero impaciente la continuación prometida. Te mando un abrazo mientras tanto.
Mira, Patricia, que una abuela admite muchas reencarnaciones…Gracias por tus piropazos y por dejármelos hilvanados aquí. Haré lo posible por terminar pronto el repaso del año. Un abrazo.
Me ha emocionado tu relato y no es la primera vez que me pasa leyéndote. He llorado al ver la foto de la Plaza del Grano, plaza de mi infancia, cada día más añorada. Yo sí que estoy en tiempo de descuento o así me siento y estoy necesitando volver a casa.
Gracias por compartir. Un saludo
Gracias a ti por darlas, Amparo, que tienes un nombre precioso. Un abrazo enorme y gracias por comentar aquí. En breve segunda parte.
Disfruto mucho leyendo tus escritos. Lo haces muy bien y llegas al corazón en la distancia.
Espero con ilusión leer la continuación y te deseo todo lo mejor. FELIZ VIDA
¡Feliz Vida!, no me puede gustar más, María. Gracias por dejar tu comentario aquí… En breve, segunda parte
Me encantó cómo lo has relatado,con una gran sensibilidad y emotividad!!!!
Gracias mil, Tocaya. Un abrazo.
Da gusto leerte Carmen que hasta de lo más duro sacas una una lección positiva. Me emociona. Eres muy grande y estoy deseando continuar la historia.
No tiene mérito ninguno, Ana. Vine así ya de serie. Gracias por comentar. Prometo no defraudar y cumplir los plazos…o casi.
yo voy a comentar poco, solo decirte querida Carmen, que de un corazón grande como es el tuyo, solo pueden salir palabras escritas con tanto amor, orgullosa de ti,
¡Ay!, tía Berta que suerte tengo de ser de tu familia…
Desde que te “descubrí” espero tus relatos con una paciencia inusual en mi, pero sabiendo que esa espera traerá relatos maravillosos que hacen estremecer el alma. Esperando el final de la historia , de tus amores y desamores ,y de esas ganas de luchar por la vida . Te mando un enorme abrazo.
Pues no sabes lo que agradezco tu paciencia, María José. Porque mira que me hago esperar…Gracias por comentar aquí, además.
Maravillosa Carmen, gracias por el regalo de prosa, impecable y embrujadora, con la nos compartes tu corazón tan español, picaresco y noble.
A la espera de la próxima, Sherezada (o como se escriba) Un abrazo desde Texas.
Lillian, tú si que, desde muy, muy lejos me sigues desde el principio de este blog. Tengo que darte yo las gracias a ti . Un abrazo desde Galicia y desde Vigo
Qué bien escribes, dan ganas de leer corriendo a ver 1ue pasará después. No tardes en escribir de julio a diciembre, que por tus posts ha sido más agradable
Marisa, ¡vaya piropazo! No, en unos días saldrá la segunda parte y colveré a intentar escribir algo más. Lo prometo.
Carmencita, »Tienes un don muy especial! Sacas algo bueno de lo malo, una risa de un momento de pena y sobretodo, el amor de donde vayas pasando.
Suerte la mía, tenerte de Amiga por los últimos 25 años! XO
Y yo, Diana, casualmente tengo la misma suerte que tú. Benditos amigos de verdad. Lo de la sonrisa, vino ya de serie. No es mérito mío. Gracias por comentar.
Acabo de descubrirte. Qué bonito lo cuentas.
Muchas gracias, Rosana, se me quedó perdido tu comentario perdido y sin contestar. Ya tienes la continuación publicada…
[…] si la hubieseis olvidado y por si la quisieseis recordar, os dejo aquí el link a la I […]