Cada 31 de mayo, me acuerdo de él. No sé si a él le ocurrirá lo mismo conmigo. Imagino, y hasta espero, que también.
En realidad, y para ser honesta, no sólo me acuerdo de él cada 31 de mayo, me acuerdo más veces, y, paradójicamente, ahora, con mucho más cariño que en esos últimos años en que aún hacíamos que celebrábamos la fecha juntos.
Así es el tiempo, tan reparador como aquel «quitaarañazos – reponetonos » que se publicitaba con el mismo milagroso nombre. Lástima que el susodicho Reparador, sólo funcionase sobre maderas y no sobre otras superficies más personales, más maleables y, quiero imaginar, que mucho más porosas.
Como él no me leyó nunca (y conociéndolo como lo conozco, mucho menos me leerá ahora) seguro que le sorprendería saber cómo, tras esa reparadora pátina de polvo (en su sentido más literal) y también de tiempo, ese tiempo ha ido, poco a poco, mejorando todos mis recuerdos y sentimientos.
Estas reflexiones de rubia añosa que hoy me hago, las alteró una novela recién editada por Libros del Asteroide que, además de encantarme, abrió esa caja de pandora de determinados y particulares recuerdos que todos llevamos dentro. La novela en cuestión: Los días perfectos, de Jacobo Bergareche.
Creo que es imposible pasear por la novela de Bergareche y no reconocer partes de nuestra propia vida en ella. Y creo que parte del éxito de «los días perfectos», es la capacidad que su autor tiene para hacernos (además con mucho humor) evocar y ensoñar esas historias vividas, o tan sólo soñadas, o simplemente deseadas, que desde las páginas de su libro van asomando, trepando y entreverándose con la experiencia, los recuerdos y los deseos de nuestras propias y particulares vidas
Tengo una amiga (la más pragmática de todas) que sostiene que el éxito de un (no sé si buen) pero sí duradero matrimonio, recae en dos importantes variables: tener un buen servicio, y a veces, si fuera o fuese necesario, una terapéutica aventura. También es cierto que la fidelidad, por mucho que lo diga un contrato, no siempre es debida. La fidelidad, como otros tantas renuncias, sólo tiene sentido cuando compensa y, además, es merecida.
Yo soy de esa generación que aún se casaba (incluso por la iglesia) sin haber convivido previamente con su adorado «partenair». Como mucho, habíamos realizado algún que otro viaje idílico, lleno de esos días tan buscados como ensoñadamente perfectos que están en las antípodas, precisamente, de los días perfectos de la novela de Jacobo Bergareche.
El hecho de casarse, o no, ya no tiene mayor relevancia. Lo importante, haya contrato o no por medio y ya tenga este lugar, por lo civil o por lo militar, lo importante, digo, son las cargas que casi sin darnos cuenta subyacen a cualquier ilusionado y apasionado contrato de este tipo.
¿Son los hijos una carga?. Pues además de otras muchas maravillosas cosas, los hijos son una responsabilidad que al igual que una hipoteca, o un préstamo, son eso: cargas. También son las más grandes. Y también son las mejores. Seguro que para compensar.
Las parejas siempre evolucionan, los sentimientos compartidos no suelen desarrollarse al unísono y jamás se detienen en el tiempo al mismo tiempo, y salvo los muy afortunados que además vienen de casa » aprendidos» sabiendo que una relación de pareja se pelea y trabaja desde el primer día, todos los emparejados tenemos desencuentros. A veces, desencuentros subsanables, otras, desencuentros sostenibles, en ocasiones, desencuentros irreparables y siempre, desencuentros cuyas consecuencias se agravan cuando, como en la famosa película, son ya: des-encuentros en la tercera fase.
Hoy reconozco, de hecho siempre lo hice, reconozco, digo, que él tenía unas virtudes y principios que sigo buscando en las personas que elijo para ser parte de mi vida, y ello, aún a sabiendas de que ya sólo lo vayan a ser una temporada. Y corta, o incluso cortita.
Él era (e imagino que seguirá siendo) un tipo inteligente, emprendedor, honrado, generoso, educado, trabajador, compasivo, y divertido. Y un tipo de esos que «se comen el mundo», característica esta que, reconozco, siempre me pareció atractiva. Ahora, creo que quizá de más.
Y claro, con tanta virtud en el recuerdo, me conviene no olvidar lo profundamente infeliz que entre tantas bondades llegué a ser. Si soy tonta, o tampoco lo soy tanto, es algo que tendrá que imaginar el que quiera, tenga la capacidad de hacerlo, y además, me lea, que juntas, ya son tres improbables circunstancias.
Quizá tendría que haber interpretado como una señal del cielo, y nunca mejor dicho, que aquel 31 de Mayo del siglo pasado, en la tierra de la lluvia, lloviese y tronase como ni está en los escritos, ni volverá a estarlo jamás. Quizá no tendría que haber sonreído tanto cuando oí algo como: «Yo también me casé con una Carmen en un día como este, y ya sabe usted el refrán: «boda llovida, boda bendecida» A mí, que siempre me gustaron las rimas, me faltó el tiempo para encontrar mil estrofitas que también rimaban con «boda llovida» y no tenían nada que ver con el concepto de bendición, precisamente…
Pero acertar la quiniela del lunes es muy fácil. Sobre todo en las épocas en que los partidos de liga se jugaban sólo los domingos.
Los motivos de mi infelicidad los tengo claros, tanto, como claro está que nada más lejos de mi intención que airearlos jamás aquí. No vaya a ser que, salvando las distancias tan abisales como abismales, me suceda como a Carrère y acabe demandada y pagando una (en mi caso modestísima) indemnización a mi ex.
Y aunque él no lo sepa, con él aprendí cosas muy importantes en la vida. Otras, fueron ya cosas más prácticas. Él me enseñó que se conducía con las dos manos siempre en el volante y en la posición de las 10 y 10. Me enseñó que al igual que la vida, el papel higiénico tenía un único sentido y que la pasta de dientes, (aquellas de tubo metálico) tenían un único e inmejorable método de dispensado y aprovechamiento. Con él también aprendí a dormir con José María García sin llegar nunca a hacer un trío y, lo que más me sublevaba y costaba, a dormir con la persiana levantada.
Igual, como forma de reivindicar todas aquellas noches en las que me costó conciliar el sueño por culpa de aquella pesadilla fútbolparlante y de todas los días en que me desperté antes de tiempo con la luz del amanecer abofeteándome la cara, ahora (aunque suene a canción de Sabina) ahora que lo nuestro acabó, duermo mucho mejor, con la tele bien alta , las sábanas largas y la persiana muy corta.
Cada 31 de mayo, lo reconozco, siento pena por lo que pudo ser y no fue y siento pena, por los escasos, aunque importantes motivos, que me impidieron acumular un número razonable de esos «días perfectos» con él.
Y cada 31 de mayo, también me acuerdo de que lo mucho que lo peleé. Ahora sé que muchas veces lo peleé mal, otras bien, y la mayor parte de las veces, lo hice regular. Intenté poner parches de muchos tipos que sólo fueron apaños, para los que, por lo visto, tampoco debo tener una gran habilidad. Pero peleé. A veces fue a jornada completa, otras fui medio pensionista, pero peleé. Peleé, más que nada, porque mientras hay pelea, hay esperanza y a mi edad, me consta, que la esperanza es lo último que se pierde. Siempre.
Y un día, poco antes de otro 31 de mayo, la perdí. Y después de muchos treinta y unos de otros tantos mayos, va a hacer ya seis años, fui valiente. Igual para compensar que durante demasiado tiempo no lo fui.
Después, aún no hace ni 3 años, un buen día por la mañana una persona muy cercana y querida se fue. Desde ese día muchas cosas se descolocaron en mi vida, pero de entre las que viene a cuento contar aquí, revelaré cuatro muy mías. Ahora y por mucha prisa que tenga, no salgo nunca de casa dejando una crema abierta, la cama sin hacer y la pasta de dientes sin tapar. Quizá parezca una tontería, pero el que entre lagrimas haya tenido que hacer esto por otro, seguro que lo entenderá.
La cuarta y más importante, es que aprendida a fuego la lección de que uno nunca sabe el tiempo que en realidad le queda, en el disco duro de nuestras vidas hay que liberar espacio y eliminar rencores, resquemores y sentimientos que se les parezcan. Y eso hice.
Por eso, cómo él no me lee, desde la certeza (casi absoluta) de que fuimos y seremos una ecuación tan infeliz como imposible, se quedará sin saber que yo, que un día lejano quise quererle siempre, aprendí ahora a quererle nunca. Pero, después de todo, a quererle.
Y mañana, volverá a ser 31 de mayo…
35 comentarios
Tienes que escribir un libro, me encanta leerte. Un beso
Tomo nota para comprar ese libro que mencionas, no lo he leído y por tus comentarios me parece interesante Gracias
A mi me ha encantado… Mil gracias Felicidad.
…y llegará un 31 de mayo en el que pienses con alegría y sin ningún rencor en esa persona y darás gracias al cielo por tu vida presente.
Lo he visto muchas veces y lo he vivido en primera persona.
Aquel desamor me llevó a una de las épocas más felices de mi vida.
Te deseo lo mejor
Yo ace tiempo que no guardo ningún rencor, sólo que hoy, que hace 30 años de aquello, me apetecía contarlo…Y aquí quedará. Gracias por comentar aquí, M. Pilar, yo también espero que lleguen esos días…
Quedarán muchos treinta y unos de Mayo por vivir o para reescribir algunos, ya pasados.
Me ha gustado mucho, Carmen. Un Beso.
Muchas gracias, amiga. Hay que ir ligera de equipaje y de cargas varias, que nunca se sabe. Un beso grande.
Precioso Carmen .
Mil gracias, Rosa. Y por comentar aquí, también…
Carmen, es maravilloso lo que has escrito…me siento tan cerca de tu sentimiento que no te imaginas. Para mi han pasado ya nueve años, y todavía pienso , imagino, añoro… Yo creo que el amor verdadero solo se siente una vez, y perderlo, como tú y como yo lo hemos perdido, por cosas irremediables y de forma muy madura hace que no muera jamás. Y como dice Sabina de nuevo “y morirme contigo si me matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren” a pesar de que ya, por fortuna, no duelen. Un abrazo Carmen.
Ya no duele, Tere. Por eso, porque nunca sabe cuando vas a dejar de estar aquí y de decir lo que sientes, es mejor eliminar lo malo y quedarte con lo bueno. Eso libera y aligera amucho…
Que ratito mas estupendo …………..como te disfruto .Que bien escribes y que valor tienes para compartir tantos sentimientos .Maravilloso , me encanto .
Escribo como siento. Más que auto ficción perpetro auto retrato, Elia. Escribo como siento.
Iba a ver una receta nueva y me he encontrado con algo casi mejor, una maravilla leerlo.
Llevo ya tres mesecitos escribiendo de nuevo…te encontrarás una o dos historietas al mes…Gracias por comentar aquí, Isabel.
Me encanta cómo escribes y no imaginas lo identificada que me siento, gracias por estos relatos…
Es un proceso bastante común entre personas que queremos quedarnos con lo bueno y olvidar lo demás. Gracias por comentar aquí, Ana
Qué grande eres, qué inteligente y qué gran ser humano.
¡Hala! Otra reencarnación de mi abuela . Mil gracias por los piropos que son inmerecidos, pero se agradecen igual, Maribel.
Qué bien escribes, querida, y cómo describes situaciones cotidianas por las que hemos pasado muchas (supongo que también muchos pero ellos se reponen antes…). Me quedo un poco melancólica que no sé si es muy bueno.
Un saludo
P.S. Yo jamás hubiera pasado por lo de la persiana subida porque cada vez que me voy fuera del territorio patrio pienso en un: ¡vivan las persianas españolas!
Pues yo, ahora, para fastidiar, duermo con ellas bien arriba…A todo se acostumbra uno, aunque cueste… Gracias por tus piropos y por comentar aquí…
Gracias por permitirnos disfrutar de tu alegría y escritura. Sigue así hasta tu final y Dios quiera que sea muy largo y feliz. Pina
Mejores deseos no se pueden tener. Mil gracias por leerme y por comentar aquí, Pina.
Que emotivo relato llega directamente al corazón.
Me encanta como sientes como escribes ,como cocinas, hazlo más amenudo por favor,es un regalo del cielo.
Mil gracias
Y tú, Julia, diciéndome eso, tienes que ser una reencarnación de mi abuela…Mil gracias por tu comentario y por dejarlo aquí
Que bonito escribes Carmen, gracias por compartirlo con nosotros !
¡Ay! que me echaste un piropazo y yo, de ingrata, ni te contesté… Mil gracias, Lucía.
Que bonito lo que escribes, desde el cariño y el amor , sin resentimiento, ademas de cocinera podrías escribir un libro ….. me gusta mucho seguirte
Pues muchísimas gracias, Mónica. Tú lo has dicho, escrito sin resentimiento y ya, desde el cariño. Gracias de nuevo por estar ahí…
[…] me encontraba en ese estado de avenencia. Y sabiendo que él nunca me lee ni me leerá en su vida, le escribí. Al final, sin quererlo, quiso ser aquello una carta de paz y de amor. El plus en el salón, ya no lo […]
Acabo de tropezar contigo buscando recetas de cocina y me he encontrado con una maravillosa escritora. Escribes divinamente. ¿no te has planteado escribir un libro?
Soy una gran lectora y sé reconocer a un buen escritor/a. Anímate, ibas a tener gran éxito. Mi mas sincera enhorabuena.
Eso es un piropo y eso son también palabras mayores, María Luz. No digo que no me ronde la idea, pero a ver como la materializo…
Gracias por leerme y por estar ahí.
Que preciosidad de escrito!! Que pena que no sea ficción. La vida es así. Unas veces se gana y siempre se pierde. Un besazo!! Arlet60
Qué bien expresado, qué bien descrito, cuánto dolor y decepción. Espero que los 31 de mayo que han pasado desde entonces te hayan curado el alma y el corazón. Ojalá encuentres ese amor que te complete y te haga feliz por fin. Gracias por escribir así ❤️
Tienes que escribir un libro, me encanta como escribes y leerte casi más que tus recetas que también me encantan.😘