LA MESA DE NAVIDAD
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Me propongo y pongo a escribir sobre la navidad en la mesa, o sobre la mesa y la Navidad, que puede parecer lo mismo, pero no es para nada igual.
A priori, este “affaire gastro navideño” podría ser bastante obvio y podría también comenzar en la esquina más occidental de lo que hoy aún es nuestra España, sirviendo en nuestra imaginaria mesa navideña, un tan simple como típico bacalao con coliflor.
En ese sentido, y también con el mismo sentido de las agujas del reloj, el asunto continuaría y se solucionaría entre deliciosas cremas de andaricas, nutritivas sopas de pescado, delicados cardos con almendras, sabrosos canelones de San Esteban, o cocidos con pelotas (o sin ellas), cochinillos, lechazos asados, besugos al horno y turrones y polvorones que ya, y sin exagerar lo más mínimo, más que patrimonio de nuestra patria deberían ser patrimonio gastronómico de la humanidad.
Pero, paradójicamente, cuando pienso en mesa y en Navidad no es precisamente la comida la que me inspira ni la que me abre el apetito. Cuando pienso en mesa y en Navidad viene a mi cabeza (que es, mal que me pese, bastante añosa) un navideño capítulo de una antigua serie de televisión llamada Farmacia de Guardia. En aquel inolvidable capítulo de Nochebuena, y en un verdadero ejemplo de esa caridad cristiana que hoy pretendo reivindicar, sus protagonistas recogían, acogían y sentaban a su mesa al mendigo del barrio.
Cierto que el mendigo no era otro que Fernando Fernán Gómez y vale que todos, o casi todos (y a pesar de su famoso mal carácter) lo hubiéramos sentado en nuestra mesa. Pero es que aunque nos cueste reconocerlo, todos tenemos un Fernán Gómez más cerca de lo que creemos o queremos creer.
Por eso, cuando pienso en mesa y en Navidad, pienso y siento, que debería ser la caridad cristiana, y no otro, el principal ingrediente de nuestro menú navideño.
Quizá haya llegado el momento de reivindicar ese importante y olvidado concepto navideño. Yo, como buena gallega, reivindicaré desde ahora “el conceto”, el concepto cristiano y el concepto de la navidad con el que comulgaría cualquier ateo de pro. Vamos, cualquier ateo como Dios manda.
Vivimos un momento en el que en aras de una tolerancia mal entendida y de una biodiversidad cultural que suena a anuncio de detergente ecológico, algunos pretenden convertir nuestra cristiana Navidad en una simple y vulgar celebración del equinoccio de invierno. Para combatirlos, nada como argumentar que el agnóstico más acérrimo estaría de acuerdo en que el mundo sería mucho mejor si nos rigiésemos todos por los principios más humanos, que, curiosamente, en su estado más perfecto y puro, también son los cristianos.
Y la navidad, en la mesa y donde se tercie, es época de dar y es época de celebrar. Es quizá el mejor momento del año para practicar el oxímoron de la alegre nostalgia, echando mucho de menos a los ausentes, mientras sonreímos a los presentes y disimulamos nuestras lágrimas.
Y este es también el momento del año en el que los que sufren dolor y miseria, en injusta y proporcional correspondencia a las opulencias propias de estas fechas, ven exponencialmente elevadas sus tristezas y sus penas. Nos toca ser conscientes de que en nuestras cristianas manos está el evitar lo que debería ser, también, nuestra cristiana vergüenza.
Quizá lo mejor que mi abuela me enseñó en la vida, fue que el secreto de la felicidad es casi egoísta, ya que este no consiste en mucho más que en desarrollar la capacidad de encontrar felicidad propia cuando, con sacrificio personal, se genera la ajena.
Y puede ser hasta pueril, pero imaginar cosas como estas me ayudan a rascarme más el bolsillo, a darme cuenta de que soy verdaderamente afortunada, y, en justa correspondencia, a no quejarme casi casi de nada. Será porque siempre he visto mucho bueno y nada malo, en conservar un cachito de inocente infancia que compense y remiende los rotos de mi ya vieja alma.
¡Feliz Navidad, a todos y de corazón!
*Post publicado en la revista ALMA MATER de la Universidad Francisco de Vitoria el 24 de diciembre de 2022
2 comentarios
Feliz Navidad para ti tambien,y que la boda de tu hija sea el principio de
un matrimonio feliz.
Muchísimas gracias, Bea. Ojalá. Que así sea…