VIEJOS PROPÓSITOS PARA NUEVOS AÑOS

VIEJOS PROPÓSITOS PARA NUEVOS AÑOS

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Comensales: TODO EL MUNDO Tiempo de preparación: 1 AÑO

INGREDIENTES

• MUCHO SENTIDO DEL HUMOR
• POCO SENTIDO DEL RIDÍCULO
• FE
• ESPERANZA
• CARIDAD
• Y MUCHO AMOR

Como todos los años, y como casi todos nosotros, yo también me hago mis propósitos (rubios, eso sí) para cada nuevo año.  Para mí, este periodo de tiempo no comienza el primer día de enero, sino el día después de Reyes. Ese es el día  en el que  se recogen los aperos de la navidad y con ellos, desaparecen los  efectos narcotizantes y paralizantes de la misma. Al ver la Navidad ya en cajas, se produce en mí una mezcla de alivio y tristeza. Verla, al final,  empaquetada, consigue hacerme más consciente de que la navidad es, en sí misma, un oxímoron: el de la alegre nostalgia.

Ya os conté que mi abuela decía que la Navidad estaba diseñada para familias que, además de felices, fuesen numerosas.  Y es totalmente cierto;  hace falta cantidad, volumen y ruido para disfrutar más de estas fiestas,  y  para disimular, también más y mejor, las ausencias.

Y como siempre por estas fechas, mi navidad   está ya empaquetada y almacenada en su correspondiente altillo. Y es este el  momento en el que  me enfrento a la enorme responsabilidad del tiempo en  blanco: a la responsabilidad que supone estrenar un año. 

De entre los propósitos más antiguos y repetitivos para los nuevos años, que, además,  se puedan contar aquí, estarían  el de adelgazar y el de escribir más.  Doy por tan perdidos como por imposibles,  el de dejar de fumar (dado que nunca empecé a hacerlo) y el de ir al gimnasio, o, mejor dicho, el de pagarlo para no ir. Asumir nuestras personales limitaciones y sus correspondientes  y propios imposibles  es, quizá ya,  una buena forma de proponerse estrenar este retador y virginal período de tiempo.

Y al hilo de estos imposibles,  otro propósito que también voy a tener que abandonar, es el  de encontrar una  media naranja, o  un cuarto, o siquiera  un gajo de ella. Si hace 2 años escribí aquel «quiero volverme a enamorar», a día de hoy,  transcurridas las  más de  500 preceptivas noches para el olvido  «sabinero» , y testado activa y  empíricamente el mercado de potenciales candidatos a media naranja espiritual,  creo que igual este es un propósito que tiene que acompañar  al del gimnasio.

Y conste que no será porque no le haya puesto yo empeño, sino porque, empleando marketinianos términos:  mi target en el segmento de edad y posibilidad  dentro del mercado en que  me muevo, o está ya  comprometido o, ni siquiera sabe que no tiene las capacidades para estarlo. Y bien pensado, es hasta lógico.

Es poco frecuente llegar a mi edad,  y, a  mí edad,  encontrar hombres atractivos que a la vez  sean cabales,   sanos, divertidos y que, además de estar libres,  quieran dejar de estarlo. Y por y para  encontrar dicha pareja, no creáis que estoy pensando en opciones  ilusorias y complicadas de más para la altura del partido que estoy jugando, que soy bien consciente de que, con suerte, estoy jugando en la prórroga y, a la que me descuide, en la tanda de penaltys.  Lo que yo más bien venía buscando era una relación cómoda, honesta y confortable  con contrato en modo «fijo discontinuo», que si al gobierno le sirve para ocultar el número real  de parados, a mi me sirviese, al menos,  para disfrazar  mi escepticismo  para volver a compartir mi vida con alguien del modo en que  lo hice, una única vez y a los veintimuchos años.

Puede parecer banal, pero es que no me  veo  ya compartiendo y renunciando a armarios, ni a alguna que  otra cosilla más.  Me temo que para mi propósito, ya sólo  me resta aventurarme  en el lobby de los viudos…  Y tampoco  me veo yo dejando tarjetas por los tanatorios, la verdad.  

Y, como os decía,  también me he propuesto escribir más, aunque  no sé como voy a conseguirlo dado el esfuerzo que para mi supone el simple hecho de pensar siquiera en hacerlo. No sé ni como conseguir estar sentada frente al ordenador el  suficiente tiempo para conseguir un texto.   Seguro que es como todo:  cuestión de esfuerzo. Y de tiempo.  Lo voy a intentar.

Quizá la dificultad sea  que no tengo la  capacidad ni la imaginación  suficientes para  escribir inventando historias ajenas y que por ello acabo siempre escribiendo sobre mí. Quizá sea porque  me preocupa  que ni mis circunstancias, ni yo, seamos lo  suficientemente interesantes para intentar un  relato. O  quizá sea,  porque a poco que se me vaya  la lengua, o en este caso,  el teclado,  pueda acabar demandada por algún ex en algún juzgado.  Quizá  sea por  un poco de todo. Quizá.

Pero el caso es que hoy pensaba  escribir un relatorio  sobre este  año  ya acabado y,  para mi grata sorpresa,   he escrito  mucho y  ni siquiera he empezado. Será porque, aunque me cueste, escribir (en mi caso) es una especie de autoterapia que al tiempo que me ayuda a repasar lo vivido, consigue  que me ría de mis muchos errores y hasta de mis  no pocas penas.

Y este año, en el  que por primera vez en mi vida sentí, a mi edad, la intemperie,   fue el año  que acabó de la forma más feliz posible: así es en realidad la vida. Una mezcla impredecible de penas y alegrías, de luces y sombras, de claros y oscuros: de muertes y de, sobre todo, vidas.

El broche del 2022 lo puso, en su último, ultimísimo día, la boda de la persona que más quiero y más querré en el mundo. Pero esto creo que se merece un post aparte y  casi que otro día.

Y vamos a ir viendo por aquí y juntos como se porta este año conmigo. Y vamos a ir viendo por aquí y juntos como me porto yo con él. Que esa parte, que de mí depende,  también es otra historia que  dará, seguro,  para unas cuantas de contar aquí.

¡Ojalá  las podamos leer todos juntos! ¡Y ojalá que juntos, de mis historias y de la vida, nos  sonriamos todos mucho y  aquí!

¡Feliz año a todos los que os guisáis la vida conmigo y en este blog!